sábado, 6 de diciembre de 2008

La adquisición de la sublimidad

“¿Resultará más práctico dotarse de una epidermis de
verruga que adquirir una psicología de colmillo cariado?
Aunque ya han transcurrido muchos años, lo recuerdo
perfectamente. Acababa de formularme esta pregunta,
cuando un tranvía me susurró al pasar: “¡En la vida hay que
sublimarlo todo... no hay que dejar nada sin sublimar!”
Difícilmente otra revelación me hubiese encandilado con
más violencia: fue como si me enfocaran, de pronto, todos
los reflectores de la escuadra británica. Recién me
iluminaba tanta sabiduría, cuando empecé a sublimar,
cuando ya lo sublimaba todo, con un entusiasmo de
rematador... de rematador sublime, se sobreentiende.
(...)
Desde entonces la vida tiene un significado distinto para
mí. Lo que antes me resultaba grotesco o deleznable, ahora
me parece sublime. Lo que hasta ese momento me producía
hastío o repugnancia, ahora me precipita en un colapso de
felicidad que me hace encontrar sublime lo que sea: de los
escarbadientes a los giros postales, del adulterio al
escorbuto.

Que otros practiquen —si les divierte— idiosincrasias de
felpudo. Que otros tengan para las cosas una sonrisa de
serrucho, una mirada de charol.
Yo he optado, definitivamente, por lo sublime y sé, por
experiencia propia, que en la vida no hay más solución que
la de sublimar, que la de mirarlo y resolverlo todo, desde el
punto de vista de la sublimidad.”

(Oliverio Girondo. Espantapájaros. Poema nº10)



Si se tiene este concepto de sublimidad, que proponía el señor Oliverio Girondo en sus poemas, la degustación de los viajes, y del día a día en general, es mucho más gratificante.
No nos será necesario transportarnos hacia objetos sublimes. No nos sentiremos realizados con colocarnos detrás de la torre de París, de Pisa o de cualquier torre.
No nos veremos en la obligación de tener delante, para engrandecer nuestro ego, objetos de valor histórico. Los grandes museos nos parecerán rancios, las famosas avenidas de las películas, nos decepcionaran.
En cambio, quedará en el recuerdo del viaje, aquel transeúnte que nos llamo la atención, aquel bar que creímos descubrir (con sus tapas gigantescas y sus camareros autóctonos).

Se trata de sublimar las cosas, no de buscar cosas que ya eran sublimes antes de que tú llegarás a ese lugar.


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