Después de tanta teoría, de tanta verborrea, por mi parte, creo me llega la hora de contar “mi viaje”. Ese mismo que cada uno guardamos con recelo y magnificamos a medida que pasan los años y volvemos a contarlo.
Cada uno tiene el suyo, seguro, y este es el mío:
Cuerpo de domingo, simplón y aburrido, de estos que todos tenemos.
Hora de la siesta y sin sueño.
¿Se han fijado alguna vez en esos acelerones de adrenalina que le dan a los chuchos?, (se ponen a correr sin sentido por todo el habitáculo con el único objetivo de llenar velozmente todo el espacio con su presencia), pues lo mismito le paso a mi persona aquel mediodía, oiga.
Planificación cero, misma cantidad de dinero en los bolsillos, un poco de gasoil en el coche y a correr.
Al carajo la observación e investigación del método científico, al rincón castigada la falta de improvisación y al cuerno con la perspectiva deductiva o inductiva yo que carajo sé decía el bueno de Sócrates. Hay que coger de la mano la vida y encaminarla por el sendero del arte, jugar con los días cual artista con pinceles nuevos.
Total, que como el que sale a tomar café por la tarde, me planto en Ardales con el coche.(la siesta por entonces y estas letras ahora, las hago desde Mijas) disculpas por no presentarme.
Un poco de planificación sí que había, (he de confesar), allí me esperaba un compañero y amigo de facultad.
Fruto de su alegría por verme allí y sin avisar, montó una juerga (fiestuki y marcha son términos que mancillan el honor de los grandes homenajes entorno al alcohol y otros elixires) en una casa de campo, más rural que urbana. Espectacular el evento.
La mañana de resaca posterior mi acelerón canino seguía estando en pie. No me podía quedar allí por lo tanto.
De Ardales a Caños de Meca, (tierra arenosa de ensueño que frecuento).
Allí (he de confesar de nuevo), me esperaban dos amigos.
Camping el camaleón, muy recomendable por cierto, conciertillo de no recuerdo el qué, saxo y cerveza, eso si que lo recuerdo.
El acelerón perruno se ve que es contagioso, pues allí los dos compinches se animaron a coger el mapa peninsular y señalar así a vista de buen geógrafo un lugar paradisíaco, es decir, conocido por poca gente y poco habitado.
Pero claro, para que esto fuera una juerga, era menester recoger al primo de uno de los que estaban en Caños, buen tipo donde los haya, amén de amante de la cerveza del gordito de rojo más famoso después de papanoél.
Que tendría uno por aquel dos mil cuatro en la azotea que se fue a recoger a un primo de un amigo a Dos Hermanas, en Sevilla.
El primo y otro amigo suyo, (el bueno de Bodipo) se aliaron al clan del acelerón perruno. Ya éramos cinco, mi coche falto de gasoil, para tan largo tramo, se quedo aparcado en una barriada de Dos Hermanas, protegido por su suerte.
Si se fijan el mapa peninsular nuestro tiene forma de rostro humano, eso lo sabemos todos como verdad de primaria. Pues, sitúense:
La cara tiene barbilla, eso ya es Portugal. Si el mapa es bueno, y no de los chinos, se podrán fijar que de esa barbilla le sale un puntito exterior al rostro (para los poco imaginativos, eso es una isla) Se llama Tavira.
Para mí, y para sintetizar, me dio la impresión de que un trozo de Brasil lo habían secuestrado y depositado en esa parte de Portugal.
Recuerden que yo salí supuestamente por un café.
Mi señora madre ya había telefoneado, según cuenta el barrio mío, a policía, hospitales y dicen que el pentágono no fue avisado de la desaparición del niño sin siesta porque no se disponía del prefijo telefónico.
Tavira es una isla que quita el sueño.
Yo iba sin dinero, por entonces tocaba percusión y llevaba los bongos a todas partes. Gracias a éstos, todo Portugal tuvo constancia de la presencia de cinco andaluces. Como andaluz que soy, valga la redundancia, debo y me permito exagerar.
La noche de falta de madre (de des-madre) fue tal que a dos mil ocho todavía me pregunto cual fue el cúmulo de casualidades o causalidades que nos llevo a amanecer en Huelva.
Cuando mi señora madre me abrió la puerta de la casa nueve días después de la tarde sin siesta...
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